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lunes, 27 de septiembre de 2010

EN TREN (de + a -)

Por el día

el tren es solo un metro venido a más,

rodeado de paisajes

que ni en pintura



(pero la sensación es idéntica:

la vida que se aleja

a demasiada velocidad,

de sí misma,

grosera,

sin despedirse).


A la tarde

las luces se entretienen en naranjas

y rosas,

los árboles bajitos presumen

de sombras cada vez más largas

y en el vagón-restaurante

los camareros cuentan

por donuts

el aburrimiento,

y hacen barricadas de sobres

de azúcar

y su amargura destila

un café solo —sí, sin acento—

muy corto.


A la tarde,

en el tren,

de tanto en tanto,

los turistas profanan con güisquis

venidos a menos

las traviesas que antes fueron,

por derecho propio,

de un tren minero.


De noche

todos los trenes son ya solo metros,

(pero metros perdidos, sin ciudad,

sin esos mapas infantiles

que señalan estaciones

con botones

de colores

tan chillones).


De noche

los trenes aúllan

como los perros sin dueño,

a la luna

y envidian a las casas que descansan

mientras las dejan atrás,

muy atrás,

más atrás,

con las persianas a media asta,

iluminadas apenas

por la luz intermitente ¿azul-nevera?

de los televisores.


En el tren,

los sueños viajan temblando de miedo

bailando en las ventanillas espejadas

con el azogue que crece

entre ciudades que se ignoran.


En el tren,

dos viejos se han abrazado

aunque —o porque— sospechan

que ya no son los mismos

(ni ellos,

ni el tren,

ni su sospecha).


En el tren,

de noche, asustados, estrechos,

transcurrimos por el túnel

que va siempre

que siempre irá

de más a menos.

TE ABURRíAS


Insinué

generosos inconvenientes,

deslumbrantes, diferentes,

(pero no quisiste leer).


Mencioné

privilegios, talismanes

y los beneficios reales

de recorrerlos a pie.


Apunté

inciertas posibilidades,

amar tus habilidades,

salir a cenar, después.


Supuse

que no era el mejor momento

para abrir cajas vacías

y recorrer las tres almohadas

que, desnuda, deshacías.


Recelé

de tu leve movimiento

de las cosas que no decías.

Sin mediar media palabra

sospeché que no querrías


Y admiré

tu elegante aburrimiento,

transparente como el día.

Miré hacia el muro de tu espalda

y supe entonces

que te aburría.