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sábado, 11 de diciembre de 2010

LLUEVE


Llueve una lluvia antigua

como de cuaderno Rubio;

algo no cuadra del todo

en esta lluvia desenfocada

y mansa.


Llueve como para dentro,

como si no fuera capaz

de mojar, simplemente, el suelo.


Suenan las gotas en la chapa

que cubre el toldo

que cubre la terraza

que cubre la tierra

que debía ser mojada.


Suenan las gotas, pacientes,

y no puede hacerse nada.


La lluvia ha traído el sonido

de aquellos segundos

que taconeaban en los relojes de cuerda

(esos que certificaban

si estabas atento,

o, a fin de cuentas,

si estabas todavía vivo).


La lluvia ha traído el recuerdo

de saloncitos amarillentos,

del humo del tabaco deshaciéndose

en hilos finísimos,

luego en nubes

por el falso techo,

de ese paraguas grande y oscuro

que el abuelo llamaba “el gallego”

(debía ser un paraguas,

por su apodo,

perito en chubascos

o emigrado).


Llueve una lluvia antigua

como de diario hablado,

de Lucecita y de santoral,

de calendario zaragozano.


Llueve con la cadencia

del traqueteo del tranvía

que me llevaba

desde aquella casa oscura

al ultramarinos,

eran tiempos de mortadela en papel de cera

de castañas en papel de estraza,

de tebeo si insistes y de vuelta a casa:

tiempos de lluvia dócil

de sábanas frías, de besos en la frente

de mantas ásperas y corazones enmohecidos.


Llueve una lluvia antigua

de teclas de piano desafinado,

y mi césped de plástico,

en el jardín,

se desentiende,

se hace (impermeable) a un lado.


Llueve una lluvia antigua

de patio de luces

de ropa recogida

apresuradamente,

llueve una lluvia antigua,

la misma lluvia de siempre.


Suenan las gotas,

insistentes,

y no puede hacerse nada.

lunes, 15 de noviembre de 2010

ULTIMAS PALABRAS

No lo pone fácil

el viento de poniente

ni la forma en la que callas

tras la sonrisa incoherente

o la ausencia notoria de tus lágrimas.


No lo pone nada fácil.


Si pudiera sugerir algo,

te pediría

que nos ayudara la noche,

o un güisqui o diez,

que no sonara —todo— tan premeditado

o que fueras —al menos— vestida

o todo eso y a la vez.


Y si son, de verdad, las últimas,

las últimas palabras

que te oiré, desnuda,

diosa:

ten piedad.


(o, al menos,

haz descansar tu mano

en un lugar más neutral).


PREMIO


Qué engorro,

—qué despilfarro, también—,

mi mala letra

que, junto a la desmemoria,

se aparea

(con el obvio desenlace

de malos hijos).


Así,

donde escribí “amor”,

“arroz”, más tarde, recupero.

O “humo”, donde apunté

“deseo”.


Y he de fijarme mucho

para no leer “hortensia”

donde hubo “fortuna”

o, tal vez,“tortura”

¿o “hartazgo”?

y, de milagro,

advierto que, en realidad,

fue “tantísimo”

(¿tantísimo el hartazgo?).


Aunque,

para ser justo,

diré que,

en contadas ocasiones,

me trae (mi mala letra)

también regalos encantadores,

hallazgos,

pecios de raros versos

(que cruzan mares extraños).


Como hoy,

que me trajo un “premio”

donde yo debí apuntar

quizá y, como mucho,

“poema”


(¿o era “perro”?).

martes, 2 de noviembre de 2010

ANATOMIA.

El corazón,

en rara

y sutil

paradoja,

es lo único

que continúa

latiendo

cuando

el amor

murió.


El cerebro,

inquisitivo, curioso,

—perfectamente desadaptado

a estas situaciones—

es incapaz, mientras tanto,

de conocernos

lo suficiente,

de darnos

una buena razón,

de aventurar

una hipótesis

de sugerir

una estrategia.


Desalentados,

recurrimos a las tripas,

pero, de ellas,

—no nos engañemos—

no sale nada

que, al final,

echemos en falta.


El hígado,

sin embargo,

amable,

comprensivo,

no nos impide nunca

que bebamos

—tal vez un poco más allá

de lo bebido—.

MIEDO

Miedo,

sí,

es miedo…


No es como caminar sobre cristales

(eso es dolor)


Miedo,

es miedo,

a tu lado de la mirada del homicida,

o del rencor.


Miedo,

el miedo

a perderla, a perderte, a que se vaya

o al amor .


Miedo,

es miedo,

tan adentro que no lo advierte nadie.


Mi miedo.


Como una larva

de un parásito

que dejó un rastro,

una antigua inscripción


Lo atesoro

en pequeñas botellas

que escondo


tras los libros de Conrad,


junto a tus libros de autoayuda.


Exactamente,


en esa habitación.

lunes, 4 de octubre de 2010

PISTAS



Palidez.


Teñidos de lógica palidez,

andamos,

tan seguros de ir en la dirección inadecuada,

y, de camino,

de lado a lado, vemos la


Nieve:


Caen los primeros copos de tristeza artificial

y nadie (nadie) parece haberse dado cuenta del


Frío.


Así que bailamos, nos abrazamos,

fingimos que todo va bien,

que las aguas ya no subirán (más).

Y alguien enciende, despacio, las


Luces.


Y ellas, ingenuas, creen ayudarnos.

Pero solo señalan lo que recordamos,

lo que ya recorrimos junto a todos


Los demás,


que son todos esos,

los que parecen llamarnos desde su acera,

querer ser como nosotros, ser nosotros,

ocupar el reflejo de los espejos de nuestra


Casa.


Porque hemos construido cientos de casas

y vallas y puertas de garajes,

jardines, trasteros, balcones llenos de plantas…

pero siguen pareciendo, apenas, refugios.

Seguimos vagando, buscamos


Pistas


suficientemente fiables, reos

del crimen por el que se nos condena,

cada día,

a sabernos ciegos

y mortales.

lunes, 27 de septiembre de 2010

EN TREN (de + a -)

Por el día

el tren es solo un metro venido a más,

rodeado de paisajes

que ni en pintura



(pero la sensación es idéntica:

la vida que se aleja

a demasiada velocidad,

de sí misma,

grosera,

sin despedirse).


A la tarde

las luces se entretienen en naranjas

y rosas,

los árboles bajitos presumen

de sombras cada vez más largas

y en el vagón-restaurante

los camareros cuentan

por donuts

el aburrimiento,

y hacen barricadas de sobres

de azúcar

y su amargura destila

un café solo —sí, sin acento—

muy corto.


A la tarde,

en el tren,

de tanto en tanto,

los turistas profanan con güisquis

venidos a menos

las traviesas que antes fueron,

por derecho propio,

de un tren minero.


De noche

todos los trenes son ya solo metros,

(pero metros perdidos, sin ciudad,

sin esos mapas infantiles

que señalan estaciones

con botones

de colores

tan chillones).


De noche

los trenes aúllan

como los perros sin dueño,

a la luna

y envidian a las casas que descansan

mientras las dejan atrás,

muy atrás,

más atrás,

con las persianas a media asta,

iluminadas apenas

por la luz intermitente ¿azul-nevera?

de los televisores.


En el tren,

los sueños viajan temblando de miedo

bailando en las ventanillas espejadas

con el azogue que crece

entre ciudades que se ignoran.


En el tren,

dos viejos se han abrazado

aunque —o porque— sospechan

que ya no son los mismos

(ni ellos,

ni el tren,

ni su sospecha).


En el tren,

de noche, asustados, estrechos,

transcurrimos por el túnel

que va siempre

que siempre irá

de más a menos.

TE ABURRíAS


Insinué

generosos inconvenientes,

deslumbrantes, diferentes,

(pero no quisiste leer).


Mencioné

privilegios, talismanes

y los beneficios reales

de recorrerlos a pie.


Apunté

inciertas posibilidades,

amar tus habilidades,

salir a cenar, después.


Supuse

que no era el mejor momento

para abrir cajas vacías

y recorrer las tres almohadas

que, desnuda, deshacías.


Recelé

de tu leve movimiento

de las cosas que no decías.

Sin mediar media palabra

sospeché que no querrías


Y admiré

tu elegante aburrimiento,

transparente como el día.

Miré hacia el muro de tu espalda

y supe entonces

que te aburría.


viernes, 13 de agosto de 2010

SI / IF

Si entre dos nadas vivimos,
nada
es suficiente.

Si, entre mentiras que adoramos,
nos perdemos;

si de rodillas
inventamos
religiones y herejías, glorias
y aleluyas,

si entre dos aguas nadamos,
si nos lleva la corriente
de una orilla
al otro lado;

si estamos hechos de arcilla y,
por tanto,
nos quebramos
a cada
paso,
día
a
día;


si nos hicieron de hambre
de tiempo y deseo,
cobardes o héroes, tal vez,
por un instante;

si huimos sin apenas ver,
si no hay guía,
no hay luces,
no hay señales;

si nos partieron en dos
y olvidamos las preguntas
porque adivinamos
que no hay solución;

si, con todo (y de vez en cuando)
amamos,
quizá encontremos refugio,
acomodo,
descanso
en una incierta y frágil,
imprecisa,
(en ésa única)
razón.

martes, 10 de agosto de 2010

DE_GENERACION

Con la mosca

detrás de la oreja

y la telaraña pendiente

—siempre—

de alguien que se anime

y la teja.



Con la verdad

revelada a la luz

de velas apagadas.


Con la vista fija

en un magnífico destino

de héroes

de acontecimientos

deportivos.


Con la promesa solemne

de traicionar a los

—así llamados—

seres queridos.


Así nos va.


Y así nos recordarán:


Con la pericia de un forense,

deduciéndonos al filo de un escalpelo.

CAFE PARA TODOS (LOS DIAS)

Mientras mi mundo prescribe
describo una órbita errante
al epicentro
de un instante casi olvidado
en el que tenía sentido
el delito de lesa emoción
(al menos —o por supuesto—
cuando las chicas morenas
llenaban
la escena).


Pero ya sólo queda una primavera
mercenaria,
una orquesta de cámara para música
de lata,
la constatación de que no hay
sabor nuevo,
frases que no hayas oído,
distintos besos donde escoger.



Ya sólo queda
el mundo idiota
de las cosas que se compran con dinero
y las opciones se han reducido
a decidir
entre los colorines
de las cápsulas
de la Nesspresso.


—Cariño ¿un café?

jueves, 5 de agosto de 2010

PUNTO Y COMA


Podría prescindir,

hasta cierto punto, al menos,

de la gramática,

de la sintaxis,

o de la correosa ortografía.


Podría prescindir también

de la sospechosa sombra de la duda

de los lugares comunes,

de los adjetivos gastados,

y disfrutar arrumbando determinadas palabras

en el desván

de un diccionario.


Podría encontrar sentido

en evitar la rima

y en permitir parlotear pesada

a la cacofonía,

o en suspender para siempre

a los puntos suspensivos

(y a algunos interrogantes).


Podría incluso permitirme

olvidar, forzadamente,

el leve aleteo de la aliteración,

la rítmica métrica clásica

o un inacabablemente brevísimo

(y mal acentuado)

oxímorón.


Lo que no podría,

en modo alguno

es dejar de usar,

con absoluta (perdón) prudencia,

un punto y coma

que me alivie;

que otorgue una pausa,

y, a la vez,

no separe;

que me dé un respiro,

un recurso de amparo

ante el final abrupto del punto,

(por mucho que pueda ser punto

y también seguido).


Nada

como un punto y coma

que me otorgue, ambiguo,

una nueva oportunidad,

agregar un matiz, un detalle,

una excepción.

Un punto y coma, dos puntos:

un espacio no amenazado

de convicción.

Y punto.

martes, 3 de agosto de 2010

SU POSICION / MI POSICION

Supongamos

que lo amargo es la variante

más interesante

de lo dulce.


Supongamos

que no es oro cualquier cosa

(o que ni siquiera reluce).


Supongamos

que habitamos otro lugar,

que somos los invitados,

párrafos que han extraviado

(otra vez)

el punto de lectura.


Supongamos

que nunca estaremos

a la altura.


Supongamos

que nos van a dejar jugar

solo unas pocas horas más

(pero que nadie nos podrá interrumpir,

que no hay que pedir permiso,

que se presume obligatorio

hacerse el loco o ejercer,

¿de profesión?: insumiso).


Supongamos

que aplazamos

otra vez (y van diez)

la revolución.


Supongamos

que no hay conclusión,

que la mejor apuesta la hicieron otros,

que las lágrimas son insuficientes,

que la autopista no acaba ahí

(o que el tipo del peaje

se dio, por fin, de baja).


Supongamos

que la mejor manera

será, siempre —¿cómo?

—Sí, ésa.



Supongamos

que es sólo otra noche más

o que no es la última

o que nadie nos lo va a asegurar.


Supongamos

que no hay partido de vuelta:

que ésta es la final que hay que ganar.


Supongamos

que los perros recuerdan a sus padres

algunas tardes de invierno;

tú puedes (si quieres) acariciarlos

aunque ellos solo desean aullar.


Supongamos

que no tropezamos:

que necesitamos una forma elegante

de mostrarnos graciosos

(o, lo que es lo mismo, vulnerables).


Supongamos

que nos invade la duda,

que toma nuestras playas,

que se salta todas las líneas,

que instaura su dictadura

llena de planes quinquenales

plagados de sutiles interrogantes.


Supongamos

que nadie puede contigo

o, por el contrario,

que te derriban tan solo

con un soplo,

con apenas un poco

de aire.


Supongamos

que la verdad ha dimitido

(que la pillaron robando

un poco de sinsentido).


O supongamos

lo indudable:

que esto es un grito

y que no lo oye nadie.

lunes, 2 de agosto de 2010

MARCAS

Quedan, sí,
como pequeñas cicatrices
una al lado de la otra,
(pero confíe en mí).

Notará un ligero
estremecimiento
(si es especialmente sensible,
incluso un temblor
o, para serle sincero,
hasta un desvanecimiento).

No se deje asustar.

Sí, es cierto,
como se detalla
en nuestro folleto:
en alguna ocasión
se producen efectos paradójicos,
un ligero sabor metálico,
puede que llegue a oír
voces que susurran
en lenguas extrañas,
o a sentir una irrefrenable adicción
a jugar con insectos,
particularmente
con arañas
(todo esto, por supuesto,
es infrecuente, más que raro,
anecdótico).

Considere, sin embargo,
los beneficios:
inmortalidad asegurada,
¡y a saber qué vendrá después!;
opcionalmente… telequinesia,
transmutación, ingravidez,
y nuestra típica, inimitable
envidiada y elegante
palidez.

La alternativa es,
sinceramente,
poco atractiva:
una vida limitada,
tasada,
tan corta como una sonrisa,
aburrida —disculpe— como una Misa
tan frágil —permita— como usted.

Desconfíe de imitadores:
la licantropía: una lata;
el vudú: destrozará su espalda;
¿magia negra? ni se le ocurra,
para eso mejor sea bruja
(aunque considere el esfuerzo
de tanta pócima inútil
y el riesgo cierto de ser quemada).


De verdad, a la larga,
le sale todo mucho más caro,
(y no digamos los pactos
con el diablo:
disculpe la paradoja,
pero se han puesto,
literalmente,
por las nubes).

Así, que si lo desea,
no tiene más que firmar,
aquí, y aquí,
y al dorso también;
no, con sangre no,
(no malgaste ni una gota,
quizá la eche de menos
después)
con tinta bastará.

Sí, desde luego,
unas pequeñas cicatrices,
una
al lado
de la otra.

Sí, al dorso también,
junto a la fecha.

Sólo firme.

HOYO 6, etc

Con la previsibilidad
de las casas con tejados a dos aguas,
de los monovolúmenes
y de los perros pastores
que ya sólo ejercen de perros de lanas.

Con la determinación
de los dieciocho hoyos (ni uno más),
del Colegio Internacional (Nada Menos),
o del —mal llamado—
club social,

tapizando colinas,
surcada de vallas,
de rotondas y farolas,
de puestos de seguridad
como check-points para pobres,
como dudas —fundadas— para visitantes.

Surge,
omnímoda,
la Urbanización.

Sólo el viento,
en ocasiones,
el viento del sur (más exactamente),
acerca el olor antiguo y universal,
de las granjas cercanas,
acaricia el césped del campo de golf,
mueve los cabellos lánguidos —y vulgares—
de las acacias,
se infiltra en pisicinas privadas,
en las pistas de paddle
y hasta en el club —está bien—
social.

Sólo ese viento recuerda a los niños,
mientras su mirada se pierde hacia el Hoyo 6,
o hacia el logo Ralph Lauren del niqui de mamá,
que el pollo,
o el jamón,
o la leche en la que nadan sus cereales,
que todo eso,
en otro lugar,
es/fue/puede ser
de verdad.

Que hay vida inteligente / más allá / del hoyo siete.

miércoles, 28 de julio de 2010

WORDS JUST WANNA HAVE FUN

Un exceso
de palabras
desactivadas
insulsas
amortajadas

amenaza con dejarme exhausto.


El mantra aburrido de frases con demasiado
—o demasiado poco— sentido.

La monótona monserga,
la lenta procesión de las santas obviedades,
los tópicos dos por uno o siempre a precios bajos,
los lugares comunes de obligado consumo.

Surgen
de entre las hojas de los periódicos
de las novelas
de los poemas
de los labios de locutores radiofónicos
de las ventanas,
de las cafeterías,
de un vecindario locuaz,
demasiado ruidoso.

Palabras
domesticadas,
imprecisas,
inexactas,
palabras mal orientadas,
pasto para las llamas,
palabras, incluso, rimadas.

Quizá sólo salieron a divertirse
y mi mal humor las espanta.

SOSTIENE MI AMOR

Platón dedujo
que éramos reflejos imperfectos
de la exacta geometría de las ideas:
sombras
de las sombras que habitan
la oscuridad de la cueva.

Copérnico observó
nuestra excéntrica situación,
hizo de este barrio un suburbio
en órbita (predecible),
alejado —lo justo—
del brillo del sol.

Darwin dibujó
nuestra genealogía de simios imberbes,
de vocación inmaduros:
de las cuatro patas
a las dos, y de ahí,
enseguida,
a la genuflexión.

Einstein, más tarde, afirmó
que, para cualquier observador,
en cualquier lugar del Universo
a más de cien años luz,
todos los que —como bobos—
le saludamos mientras mira
estamos ya —relativamente— muertos.

Tú, en cambio, sostienes,
—ajena a la física, a la biología,
apenas rozando tangente a la filosofía—,
que no puedes vivir sin mi,
que soy el centro de todo,
que soy ideal (o bastante mono),
y en ese tópico
—perdón: en ese lugar común —
sobrevivo yo,
relativamente.

martes, 20 de julio de 2010

ADIVINA

Está en el movimiento,
bajo el acento involuntario del párpado de mi hija,
mientras duerme.

Está en esa leve señal,
en ese espasmo.

En mi hija.

Mi hija.

Implícita, en un suspiro.

Está en la mañana de algunos días, todos los días.

Contenida, expandida.

Y ellas la tienen, casi siempre.

Está en la forma en la que me amas, me acaricias.

Está agazapada: luego asoma, saluda, tímida (se adivina).

Adivina.

Está por toda, toda, toda la palabra.

Está al final de la rosa, al final de la espina.

A.

Divina.

MI IGNORANCIA

A veces

me gustaría refundar

las sólidas bases de mi ignorancia

con dioses minúsculos e inocentes,

con ángeles sin alas,

con un jardín japonés.


A veces,

cuando hay problemas,

recurro al azul apenas azul

o al rojo o al milagroso naranja

del atardecer:

a cualquier lugar,

o a cualquier momento

en el que la belleza

sea lo suficientemente intensa,

inabarcable, gratuita,

inexplicable,

como para permitirse ignorarla,

como para no agradecer el espectáculo

y postrarse, rendido.


Pero, otras veces,

la tentación, estructurada, resurge

y golpea las sólidas bases de mi ignorancia

con la cobardía altiva de un poeta

y la determinación mutilante

de un jardinero ciego.


A veces

cuando salgo al balcón y todos miran

dudo hasta de las monjas de la primera fila.


Y sólo mis zapatos

rojos,

tan brillantes,

me afianzan

sobre las sólidas bases de mi ignorancia.

domingo, 4 de julio de 2010

TOMO NOTA

Tomo nota,
aunque del lápiz acabo,
mucho antes,
el extremo con la goma
de borrar.

Tomo nota
lo que no me impide,
bajo ningún concepto
—y por más que no lo evito—,
olvidar.

Tomo nota,
sobre todo,
de lo superfluo
(lo importante ya tiene
por derecho —de pernada—
otro lugar:
libros,
archivos,
repertorios,
anuncios,
lápidas —algunas, incluso, con vistas al mar—).


Tomo nota
como si algo
—de entre todo, de entre tanto—
como si algo (digo, o quizá digo
como si a alguien)
pudiera
atrapar.

Tomo nota,
redacto
apuntes transeúntes,
esbozos de frases inútiles,
pronósticos,
apunto recados, teléfonos —muchos póstumos—,

palabras que,
pasado el tiempo,
no hago el esfuerzo suficiente
en traicionar.

La vida,
exagerada,
pasa.

Y yo tomo nota.

Como si tal cosa.

O como si nada.

martes, 29 de junio de 2010

ESTOY MAL

Estoy mal:

las necesidades cubiertas,

el deseo anegado.

¿El horizonte?:

Todo hamacas y gin-tonics.


Estoy mal.

Muy mal.


Se hace imperativo cambiar

de rumbo, de plan,

inventar una cartografía

donde lo único seguro

sea la vida,

cambiar el paso,

arriesgar,

sentir de nuevo

la orfandad,

decidir una

de entre las ¿dos o tres?

cosas esenciales:


Cuidar de una amistad,

Hacer reír a los sobrinos,

Amortiguar la ignorancia,

Viajar sin salir de casa,

Amortajar la esperanza.


¿Cuál es el modo de establecer las cuestiones adecuadas,

la hoja de ruta para hacer(se) las preguntas más (im)pertinentes?


Estoy mal:


Blandeo, perplejo.


Retrocedo.


Abandono cualquier reto.


Leo.


(Pero leo poesía).